CIPRIANO CASTRO EL EXILIADO

 

Petróleo sin Reservas           

Rafael Gallegos 712

¿Qué gato enmochilado me tenés?

Tal como estaba planificado, el presidente Cipriano Castro fue operado satisfactoriamente en Alemania por el Dr. Israel. Cuando su compadre Juan Vicente Gómez le dio el golpe de estado el 19 de diciembre, Castro estaba convaleciente, por ello sus acompañantes no quisieron transmitirle inmediatamente la mala noticia. Sin embargo el Cabito, de lo más zamarro, comenzó a notar algo raro porque el diligente Ministro Plenipotenciario de Venezuela en Alemania, parsimonioso y servicial hasta el fastidio con su presidente, había interrumpido abruptamente sus visitas diarias. “Aquí hay gato enmochilado”, pensó. Para completar su sospecha, Castro sentía el lenguaje dubitativo de su esposa Doña Zoila, y del médico y diplomático Jose’ Ignacio Cárdenas, quien lo recibió en Europa para acompañarlo en el viaje y se decía era informante de Gómez. Para el Cabito, había algo en el ambiente que no le cuadraba.

-      ¿Qué gato enmochilado me tenés?  - los forzó a darle la mala noticia.

Tomó con calma el hecho de que lo habían sacado de la presidencia. Les dijo a sus contertulios que pronto recobraría el poder. Le sorprendió en demasía que su compadre Juan Vicente lo traicionara. Pagó los platos rotos Dona Zoila: eso me pasa por pendejo, por estarle haciendo caso a las mujeres. Tú con el cuento que el compadre no bebe y es muy serio…

Más de veinte años de cerrada amistad, de compadrazgo, de compartir exilios y campañas militares. Gómez era su hombre de confianza, su vicepresidente.

-      De donde menos se espera salta la liebre – se decía y repetía el Cabito entre dientes.  

Napoleoncito

Cipriano Castro en el fondo estaba tranquilo. Creía firmemente en su pronto retorno al poder. Pensaba que iba a actuar como Napoleón Bonaparte cuando escapó de la isla de Elba, que llegó a las costas francesas con un pequeño grupo de soldados, y no tuvo necesidad de enfrentar a las tropas del gobierno, porque ante su presencia estas corrieron en cambote a abrazarlo y a ponerse a sus órdenes, y así conquistó París inaugurando lo que la historia conoce como los Cien Días de Napoleón.

Castro estaba seguro que al llegar a las costas venezolanas los soldados de Juan Vicente Gómez al saber que él estaba regresando, se cambiarían de bando, integrarían su ejército y así, entraría a Caracas en medio del delirio de los pobladores.

Pero la verdad fue que jamás pudo pisar tierra venezolana. Ni su compadre Juan Vicente, ni las potencias que contribuyeron con su derrocamiento, lo permitieron.  

Un hombre incómodo para las grandes potencias

Desde que llegó a la presidencia, el general Cipriano Castro se convirtió en una piedra en el zapato para los intereses extranjeros. Comenzó reclamando incumplimientos de contrato a la New York and Bermúdez Company, concesionario del Lago de Asfalto Guanoco, ubicado en el Estado Sucre y el más grande del mundo de su tipo. Los banqueros también tuvieron serios problemas con Castro, pues al no quererles prestar dinero los encerró en la Rotunda “para que recordaran algún entierro”. Y luego los hizo desfilar – barbudos y desarrapados - ante las burlas del pueblo. Pura humillación.

Entonces en 1902 el banquero y hombre más rico de Venezuela Manuel Antonio Matos, se fue a Estados Unidos a conspirar con los asfalteros. El resultado fue la alianza con la General Asphalt, holding de la New York and Bermúdez Company, para tumbar a Castro. Le dieron a Matos 140.000 dólares a objeto de financiar la Revolución Libertadora. Los caudillos de toda Venezuela se unieron a Matos con sus montoneras. Pero Castro se puso al frente de las tropas del gobierno y los diezmó en La Victoria. Lo demás sería persecución hasta acabar con lo que quedaba de Revolución Libertadora, en la batalla de Ciudad Bolívar en 1903.

A finales de 1902 Venezuela fue bloqueada (y atacada) por Inglaterra, Alemania e Italia por cobro compulsivo de deudas. De esa ocasión es su famosa (y valiente) frase: “la planta insolente del extranjero ha hoyado el suelo sagrado de la patria”. La Legación norteamericana arregló el entuerto a petición de Castro. Disipó el bloqueo, renegoció la deuda y Venezuela quedó pagando el 30 % de sus ingresos aduanales. 

En los siguientes años Castro, con el argumento de su participación en la Revolución Libertadora contra el gobierno, embargó la concesión del Lago Guanoco, expulsó a la Compañía de Cable Francés, y enfrentó empresas de capital alemán. En 1908 había roto relaciones con varios países, entre ellos Estados Unidos, Holanda, Francia y Colombia.

Como un elemento diferenciador o tal vez aplacador de estas acciones, en 1907 otorgó las concesiones petroleras Planas, Aranguren y Jiménez Arráiz.

Cipriano Castro era un presidente incómodo para el capital internacional, que prefería el molde servicial del mexicano Porfirio Díaz, del cubano Estrada Palma, o el de Santos Zelaya de Nicaragua. En Venezuela Juan Vicente Gómez calzaba mejor ese perfil. Por ello su golpe contra Castro estuvo custodiado por naves de guerra norteamericanas en La Guaira, y luego ya presidente arregló uno a uno, y a veces de manera insólita los problemas financieros de Castro con las empresas extranjeras.

“El Cachorro Juan Vicente Gómez”, tituló mi querido e inolvidable padre Rafael Gallegos Ortiz un libro, donde decía que Gómez fue un déspota con el pueblo y un cachorro con los intereses extranjeros. Y ciertamente reflejaba el comportamiento del Bagre.

Por cierto, para balance del análisis, no se puede olvidar que Cipriano Castro fue un dictador que se concentró en las francachelas más que en el gobierno del país. Por eso cuando Gómez lo sacó, complació a las grandes mayorías.

Un paria internacional

Diez y seis años estuvo Cipriano Castro dando vueltas por el mundo. A dónde llegaba, los gobiernos le colocaban policías para vigilar sus pasos. Él jamás dejó de reunirse, conspirar, y preparar su regreso a Venezuela. Primero como comentamos, al estilo del regreso de Napoleón. También se escapó a última hora de una trampa, se trataba de un desembarco en Venezuela donde los esperaba la policía de Gómez, hubiera finalizado sus días en La Rotunda. En New York lo sometieron a dilatados y humillantes interrogatorios y lo encarcelaron en la Isla Ellis. De Martinica lo sacaron enfermo y en calzoncillos. Un paria.

Finalmente le dieron permiso para vivir en Puerto Rico, donde finalizó su vida el 5 de diciembre de 1924.

Por cierto, en 1917, en plena Primera Guerra, ante las veleidades de Gómez con los alemanes, enviados del gobierno norteamericano le ofrecieron a Cipriano Castro retornar al gobierno. En esas condiciones, sabía que quedaría debiéndoles el poder a los norteamericanos. Dignamente se negó. Iba contra sus principios.

Unas de cal y otras de arena para el Cabito.

Dona Zoila

Su esposa lo acompañó hasta el final. Castro toda la vida la culpó del golpe de Gómez, por recomendarle al capagatos (así moteaban a Gómez) para cuidar el coroto.

A la muerte de Castro, Dona Zoila se vino a vivir a Venezuela, en una casa que su marido le había comprado en 1901: Villa Zoila, la misma que hoy es sede de Tránsito Terrestre en El Paraíso.

En 1925 el presidente Gómez la recibió en Maracay. Dicen que conversaron amigablemente como en los viejos tiempos.

Luego se mudó a una quinta en Los Chorros llamada Bella Vista, el mismo nombre de la hacienda que tuvo la pareja en durante su exilio en Cúcuta, que era vecina de Buenos Aires, la hacienda del compadre Gómez.

Allí Dona Zoila Martínez de Castro falleció en 1952. Tenía 84 años.

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