LA LARGA CAÍDA DE PÉREZ JIMÉNEZ
Rafael
Gallegos Blog núm. 385
El 15 de diciembre de 1957,
el poderoso dictador Marcos Pérez Jiménez resultó “electo” Presidente de la
República para el período 1958-63. Violando la Constitución que como todo
autócrata que se precie había mandado a hacer a su medida en 1953, en lugar salir
al foro como candidato presidencial se había lanzado sólo. Un plebiscito, el
pueblo diría Sí o No. Y de paso, para más inri
en la agresión a “su” Constitución, el plebiscito
incluía cual cajita feliz a los diputados nacionales, regionales y a los concejales.
Ganó 86% de Sí contra 13%
de No, según certificó de manera irreversible el imparcial árbitro electoral de
la época y que quede claro las dictaduras son una plana que siempre se repite. La
oposición, cuya cabeza más visible era la Junta Patriótica integrada por AD, Copei, URD y PCV, denunció como ilegales
esos comicios y por lo tanto como ilegítimo al presidente, más historia que se
repite. Los siempre heroicos estudiantes salieron a la calle a protestar.
Fueron severamente reprimidos y el 21 de diciembre la Universidad fue tomada
por la Seguridad Nacional a cuya cabeza estaba el esbirro Pedro Estrada.
El 20 de diciembre Pérez
Jiménez asumió la presidencia y que por cinco años. Como soñó Hitler y sueñan
todos los déspotas, pretendía permanecer por mil años en el poder. Sin embargo
el dictador era ilegítimo, usurpador. Ilegítimo, como esos perros que chillan
al ser agarrados por la nuca. A los
déspotas que se cacarean legítimos a los
cuatro vientos, hay que recordarles aquello de dime de que te jactas y te diré
de que adoleces o simplemente… agarrarlos por la nuca para que se escuchen los chillidos desde
la lejanía.
Pérez Jiménez se creía
eterno. En Navidad los militares lo celebraron y alabaron. Se sentía seguro con las carantoñas y jaladas de
sus generales. Confiaba en ellos al igual que Allende, quien al comenzar la
plomazón en La Moneda mandó a buscar a su fiel Pinochet y no salía de su
sorpresa cuando le dijeron: está allá afuera presidente, dirigiendo el golpe. O
como Gallegos que consideraba al golpista Delgado Chalbaud como un hijo porque
habían compartido el mismo techo en Europa. Tal vez Don Rómulo – a lo Julio
César- le inquirió a Delgado ¿Tú también
hijo mío?, al observarlo al frente de los facinerosos. Es que los militares son
fieles… hasta que se voltean.
En el Año Nuevo 1958, diez
y siete días después del fraude, Pérez Jiménez fue informado que el coronel
Hugo Trejo se había alzado y se dirigía a Miraflores. Triste año nuevo para la
dictadura, al igual que la encabezada por otro déspota, el sargento Baptista, quien un año después festejaba la
llegada de 1959 en un lujoso hotel de La
Habana y cuando sus enchufados (siempre hay enchufados) en medio de la champaña
se preparaban para oír los parabienes del hombre fuerte, lo que oyeron fue
corran que cayó el gobierno.
Con el primero de enero de
1958 en Venezuela crecieron las expectativas. El león no era tan fiero como lo
pintaban. Es cuestión de días para que se vaya el dictador, se decían los
venezolanos para darse esperanzas a lo largo y ancho de todo el país. Y eso que
no había redes sociales para que el régimen las bloqueara.
En Ecuador, y me perdonan
esta digresión familiar, había un grupo de exiliados, entre ellos mis
inolvidables padres Rafael Gallegos Ortiz y su esposa Olga, que padecían su
ostracismo desde hacía cuatro años. Exilio de privaciones con hambre, trabajos
mal remunerados y a la espera que heroicos parientes – a escondidas de la
dictadura y coordinados por mi querida tía Dulce – enviaran con la frecuencia
que pudieran unos 100 bolívares que al cambio eran 400 sucres que aliviaban
padecimientos.
Hugo Trejo había encendido
las esperanzas. En Guayaquil los exiliados cercanos a mi familia oían las
noticias por un viejo radio y a veces la comunicación era tan deficiente que debían
colocarlo en el piso al igual que las orejas para medio entender. Pasaron los
días y mermaron las expectativas. El 22 de enero en la noche mi papá le dijo a
mi mamá que no iba a pasar nada y se fue a dormir. Mi mamá se con fe de
carbonario pegó de la Santísima Trinidad y con la oreja y el radio en el piso
hasta que escuchó que el déspota
abandonaba el país. Despertó a mi papá y
éste salió apresurado a cubrir unas dos
cuadras hasta donde vivía otro exiliado, el Dr. Mejías Palazzi. Su esposa al
abrir la puerta dijo: Cayó Pérez Jiménez. ¿Cómo lo supo?... pues mi papá, que
cuando se vestía de “sport” era con un paltó sin corbata, estaba en piyama y
con una sonrisa de antología.
A los pocos días los
exiliados aterrizaban en Maiquetía cantando el Himno Nacional y una canción que
puso de moda Alfredo Sadel: Escríbeme.
Entre el fraude del
ilegítimo Pérez Jiménez y la Vaca
Sagrada transcurrieron treinta y ocho días. Pero se fue. Historias repetidas de
dictadores de siempre.
PD:
Venezuela impuntual: El siglo XX comenzó en Venezuela en 1936 y el siglo XXI, el 23
de enero 2019.
Muy bueno y oportuno tu artículo
ResponderEliminarGracias Oscar. Un gran abrazo.
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