CIEN AÑOS DEL TERROR ROJO
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Rafael
Gallegos Blog núm. 321
El mes que viene se cumplen
cien años de la revolución rusa. El primer gobierno comunista de la historia.
Su sola existencia dividió a la
intelectualidad del mundo. Lenin fue para muchos el Cristo de una nueva era que
partió la historia en dos. Su sucesor Stalin – por cierto sindicalista
petrolero en Bakú- fue idolatrado por algunos como un gran revolucionario. Le
dedicaron poemas. Pablo Neruda su “Oda a Stalin”, Rafael Alberti lo llamó padre
y maestro en una poesía, Nicolás Guillén le dedicó “Stalin Capitán”. Larga es
la lista de obras dedicadas al Padrecito. ¿Qué habrán pensado los “purgados” de
Siberia? Luego Krucheff denunció los crímenes de su colega Stalin en el
Congreso del Partido Comunista de la URRSS en 1956.
El comunismo, “una forma
diferente de democracia”, como descaradamente diría años después Fidel Castro
para taparear su férrea dictadura, ilusionó a mucha gente de todo el mundo
durante buena parte del siglo XX. Los adoradores del socialismo real compartían
su ceguera y justificaban el fusilamiento de la familia real, los asesinatos de
Lenin, quien le decía a Fiodorov en una carta “…de manera inmediata introduzcan el terror de las masas, disparen y
eliminen cientos de prostitutas, soldados, borrachos, antiguos oficiales, etc.
No se puede perder un minuto.” La
ceguera les permitía justificar las terribles purgas de Siberia cuando Stalin.
Años después el aventajado
alumno Fidel Castro dirigía- mediante su
subalterno Che Guevara, otro Cristo del
marxismo – los centenares de fusilamientos en La Cabaña, con juicios
imparciales dirigidos por barbudos con la ametralladora arriba de la mesa. Para
el doble rasero comunista por mucho tiempo esas muertes eran justas, mientras por
ejemplo las del capitalista Pinochet en
el estadio de Santiago, eran asesinatos. Ceguera y miopía porque el comunismo
era para ellos un antídoto contra las injusticias del capitalismo.
La revolución soviética
tuvo resonantes éxitos en las carreras espacial y armamentista. Pero jamás
dejaron de ser una sociedad subdesarrollada y totalitaria.
En 1956 invadieron Hungría
y en 1968 a Checoeslovaquia. Reprimieron hasta la muerte esos movimientos
libertarios. 1968 abrió los ojos a muchos. Teodoro Petkoff abjuró del comunismo
y escribió un libro “Checoslovaquia o el socialismo como problema”, donde
desnudó al totalitarismo soviético. Luego surgió el eurocomunismo, con el
cuento de que era comunismo sin represión… o sea. Como en el “Ensayo sobre la
ceguera” de Saramago, todo el mundo comenzó a recobrar la vista.
EL
SUICIDIO SOVIÉTICO
Ese gigantesco imperio, que
construyó la férrea cortina de hierro, que mató miles de ciudadanos, que
reprimió a toda la sociedad bajo el terror, que llegó a tener 70 millones de
miembros en su partido comunista, cayó… sin disparar un tiro.
Los tumbó su fracaso, su
inviabilidad. Fueron víctimas de la “revolución del chip”. Su pesada burocracia
no pudo competir con las libertades de decisión e inversiones que requerían las
nuevas tecnologías, y sus ciudadanos ante tanta hambre y represión se asomaban
por arriba de los muros y observaban con envidia el alto nivel de vida de los
“explotados” del capitalismo.
Sin disparar un tiro. Todo
se derrumbó. Gloria a Gorbachov.
Y los chinos encontraron la
puerta de salida a su comunismo… en el capitalismo. También el muro de Berlín
se sacudió todas sus piedras. El fracaso del comunismo lo convirtió en demodé.
Rompiendo la profecía de los años setenta, de que el mundo sería comunista en el siglo
XXI.
Porque solo quedan Cuba,
Camboya y la “democracia” atómica de Corea del Norte. Y Venezuela, como si a
algunos dirigentes los hubiera atacado con intenso retraso la ceguera de la
novela de Saramago, quieren entrar a una casa de donde el mundo se va saliendo.
Y el colmo de los colmos,
ahora la “revolución” venezolana quiere celebrar a todo gañote los cien años
del comunismo soviético. Dicen que Putin sonríe mientras manda a inspeccionar
su nueva refinería venezolana.
Que viva el comunismo…
venezolano - dice Putin, mientras tal
vez parafrasea a otro Nicolás (Guillén) en su poema de Stalin Capitán y se
regodea con que le dicen: Putin capitán.
REYES
INCAPACES
La revolución francesa se
dio con esa carga de violencia por la incapacidad de Luis XVI – un apasionado
de la relojería que no vio la hora que vivía. Al Zar Nicolás, Rasputín del que
las malas lenguas dicen que mandaba, le dijo que si entraban en la guerra
perderían el poder. No le hicieron caso. Parece que el Zar Nicolás, al igual
que su colega francés, tampoco era ni
siquiera aficionado a la política.
Paradoja de paradojas,
preparémonos a ver el festejo de un Nicolás, celebrando la salida de otro Nicolás
hace 100 años. Puro trasnocho.
Los que puedan, porque en
este reino de los buscadores de basura, nadie está para festejos.
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