CUENTOLOGÍA DE LOS PODEROSOS

Rafael Gallegos Blog núm.32

Los líderes de los países, ante tanta adulancia y trato preferencial, terminan creyéndose las leyendas que los ubican como semidioses. Por ello, sabia la frase del Libertador: “nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”. Palabras visionarias si revisamos a Franco, Fidel, Stalin, Chapita, o Gómez. Décadas perdidas, que sin excepción, dejaron a sus pueblos en la inopia.

Cuando los poderosos llegan a la cima, sus amigos comienzan a tratarlos de manera diferente, de acuerdo a su investidura. Y eso… les va hinchando el ego. Al final, terminan creyéndose su cuento. Cuando el joven senador de 43 años, John Kennedy, fue confirmado como presidente electo de Estados Unidos, los mismos que en plena campaña le tuteaban llamándole John, Jack o posiblemente compañero, comenzaron a decirle muy respetuosamente: Presidente, sí Presidente, no Presidente, lo que usted diga Presidente. Y los crudos problemas comenzaron a contárselos edulcorados. Y eso, hincha el ego y aleja de la realidad. Tal vez Kennedy, un hombre inteligente, pudo sortear tanto aislamiento. No lo sabemos. Pero, ante las advertencias – que las tuvo- de no viajar a Dallas, es posible que haya pensado: a MÍ, John Kennedy, no me puede pasar nada.

Los poderosos comienzan su largo divorcio de la realidad transformando sus percepciones en mantras: mi pueblo me quiere, mi pueblo me quiere… se repiten ante las masivas muestras de cariño, cuando constituyen la esperanza. Mi pueblo me adora… modifican el mantra al escuchar los atronadores aplausos de las masas. Mi pueblo no puede vivir sin mí… afinan el mantra cuando ya sus hinchados egos han perdido la capacidad de percibir el cansancio popular. Después de mí el diluvio… siempre es el mantra preferido que se dicen y repiten desde su cima, sin darse cuenta de que ELLOS SON EL DILUVIO. Y los genuflexos adláteres, jalan, sonríen y aplauden. ¿Qué le pasa a mi pueblo?... finalizan su periplo, algunos ignorando que de mesías, devinieron en falsos profetas.

Por ejemplo, Salvador Allende creyó siempre en su mano mágica, que a él los militares no podían sacarlo del poder. Confiaba plenamente en el más genuflexo, Augusto Pinochet. Si viene Augusto dile que me llame - de despidió de su esposa el fatídico 11 de septiembre. ¿Dónde está Pinochet? Preguntaba en medio de la agresión a La Moneda. Afuera Presidente, disparando - le respondían. Dicen que no podía creerlo.

Carlos Andrés Pérez, en la cima de su gloria se atrevió a decir: sólo Pinochet y yo podemos aplicar un paquete económico. “No puede ser que mi pueblo me haga esto, a mí, a mí… ”- dicen que repetía días después, al enterarse de los saqueos del 27 F. Sin embargo, hay que reconocer que CAP fue incapaz de intentar modificar la Constitución, o de desvirtuar la imparcialidad del árbitro electoral, para permanecer indefinidamente en el poder. ¿Quién le hubiera ganado a CAP la reelección en 1978? O por cierto, a Betancourt, o al bañado en popularidad Jaime Lusinchi, al final de sus períodos? Y ninguno inventó permanecer para siempre en el poder. Con todos los defectos, eran demócratas y por lo tanto, alternativos.
Cuando al trote se montaba en la “vaca sagrada”, el dictador Pérez Jiménez, se asombraría al observar que el pueblo que gritaba abajo el tirano, abajo el tirano, era el mismísimo que había marchado sonriente y saludante año tras año, en las gigantescas semanas de la patria… en el fondo, lo mismo que los llorones obligados de Corea del Norte. Su inflamado ego le hizo olvidar que permanecía en el poder gracias a la mascarada democrática de fraude, en la elección a la Asamblea Constituyente de 1952 y luego en el plebiscito de 1957. En ambos procesos los factores comunes fueron: 1.- “ganó” y 2.- terminaron contando los votos en los cuarteles. Pero el 23 de enero, llegó el pueblo… y mandó a parar.

En 1892, el tumbado Presidente Andueza Palacios, al enterarse que lo despedirían con honores militares en La Guaira, preguntó a los conspiradores: ¿y este ejército que me hace los honores no es el mismo que me está botando? Te lo creíste, te lo creíste - le susurraría (burlándose) el Señor Destino, cuando se embarcaba.

Dictadores como Kadafi, Mussolini o Ceussescu, creían que era una pesadilla cuando la misma masa que los aplaudió por años hasta el delirio y el sangramiento de las palmas… los ejecutaba.

La hinchazón del ego de los poderosos es como dicen los médicos, asintomática. Por ello, muchos no se dan cuenta cuando “SUS” masas ya no los quieren… hasta que no hay remedio. Dios mío, dales sabiduría para saber cuando todo se acabó. Se solicita asesores que le digan las verdades a su jefe. Abstenerse los felicitadores de siempre. Y EL 12 F, A VOTAR EN MASA.

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